Estando arriba, uno siente el viento más helado que de costumbre, pero desde arriba uno también anhela su piso, aquel lugar tan confortable hasta para dormir, y de paso para vivir sobre él. A lo lejos el viento está más helado, pero se puede ver toda la ciudad: ¡Mira, ahí está Piero! ¡Lástima que no pueda escucharme! Es el precio de mantenerse distante, y la recompensa es que uno puede tocar la luna de vez en cuando. Y las palabras... ah, las palabras... nunca encuentran lugar donde refugiarse: Se mantienen revoloteando por todas partes, siempre ocultando su verdadera intención: la de no llegar a ninguna parte.
Escrito el 5 de junio del 2007 a las 7:34 AM
MOISÉS AZAÑA ORTEGA
Hace 7 años
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